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Recuerdos del presente
El método Túpaj Katari
Humberto Vacaflor
Quizá sea oportuno aclarar que no fue la república de Bolivia la que
descuartizó a Tupaj Katari en 1781. Por lo tanto, sus vengadores no
tendrían que ensañarse con Bolivia, ni proponerse por ello
descuartizarla.
La aclaración tendría que llegar a tiempo a los miembros del Consejo
Político que dirige el vicepresidente, que se ha propuesto dividir
Bolivia en 38 pedacitos. La idea surgió la semana pasada, cuando en
esa sala de terapia intensiva en la que fue internada la Asamblea
Constituyente se propuso dar a todos los pueblos indígenas del país
no solamente tierra y territorio, sino también autonomía y gobiernos
propios.
El descuartizamiento de Bolivia es propuesto por intereses políticos,
por supuesto, como diré luego. Pero ahora podría autorizar a que se
lo interprete como un deseo del vicepresidente de resolver el
incómodo tema de la capitalidad. La solución sería: ¿de qué sirve
discutir cuál será la sede del gobierno, si no hay país? ¿Muerto el
perro, muerta la rabia? ¿No podrían pensar en otra solución para
encarar el tema de la capitalidad?
Crear 38 regiones en el país, con gobiernos propios, con manejo
autónomo de sus recursos naturales, con dominio total de sus
territorios, aniquila la existencia de Bolivia.
Pero la verdad no es tan sencilla. Quizá hayamos llegado al momento
de las definiciones. El gobierno, en el que militan los vengadores de
Túpaj Katari, tiene el propósito de crear un parlamento unicameral
donde estén representadas las 38 nacionalidades, que harían una
cómoda mayoría. La idea no es original, pues se la practica en
Venezuela.
Consiste en mantener el control de dirigencias indígenas que hablan
por sus bases y facilitan el trabajo. Es la magia, y la farsa, de la
democracia participativa. Si alguien cree que la democracia
participativa es mejor que la representativa, que vea cómo funcionan
las cooperativas. Ni son democráticas ni son participativas.
La propuesta de dividir al país en 38 nacionalidades, con autonomía y
gobiernos propios, hará posible eliminar, en la práctica, la actual
división política del territorio, los departamentos quedarán borrados
por las autonomías indígenas, se creará el parlamento unicameral, con
lo cual será eliminado el incómodo senado y, de paso, las autonomías
departamentales habrán quedado también descuartizadas. Tres en uno.
Ante este panorama se está dando un hecho que para el gobierno no
tendría que ser novedad. La nación boliviana está llevando la lucha
hasta las calles, como se vio en Santa Cruz el viernes pasado.
Si se observa bien, las reformas que el gobierno del MAS se propone
aplicar están chocando con un obstáculo que no había sido tomado en
cuenta. Existe la nación boliviana. No son los oligarcas de Santa
Cruz ni la “media luna” los que perjudican el proyecto, es la nación
boliviana que se siente excluida del proyecto. Tanto hablar de la
hegemonía o de la supremacía aymara, de venganzas históricas, ha
llevado al gobierno a chocar con una realidad de cuya existencia no
tenía conocimiento.
Lo único que falta para que la causa boliviana se imponga es que se
retiren para siempre, se callen, desaparezcan, los dinosaurios
sobrevivientes de la era política anterior.
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